Teología y Economía: ¿Está Dios contra el capitalismo o viceversa?

*Publicación original: Siglo XXI, 12 de octubre de 1997

                                                            Los perversos son difíciles de corregir; y el número de los estúpidos es infinitos (1)

 

¿Está Dios contra la economía? es una carta-libro que Jacques Paternot y Gabril Veraldi dos católicos- dirigen a Juan Pablo II. Abren su fuego epistolar diciendo: “Santidad: ¿la Iglesia quiere a los pobres hasta tal punto que procura producir muchos más por temor a quedarse sin ellos?”.

El tembladeral de los años 60 encontró a la Iglesia Católica en esa espléndida floración que significó el Concilio Vaticano II y el trascendente pontificado de S.S. Pablo VI.  No todos los católicos valorábamos y valoramos este hito eclesial del mismo modo; y no está de más acotar que las enseñanzas y exhortaciones conciliares no fructificaron como hubiera sido de desear.

Los católicos como Paternot y Veraldi, “simples fieles… preocupados por la vida, la acción y el futuro de nuestra Iglesia”, consideraron en su libro (editado, en 1989, meses antes de la caída del muro de Berlín), que “la Iglesia está en virtual estado de cisma”. Y éste estaría enraizado en la ideología del tercermundismo y la teología de la liberación incubados “entre 1965 y 1969, cuando todo se derrumbó al mismo tiempo… El desgarro siguió inmediatamente al Concilio Vaticano II”.  Los autores de este libro confiesan que en la década del 70 aun tenían una esperanza puesta “en Dios y ya casi nada en la Iglesia”.  Pensaban -dicen- que había comenzado la ‘era de los no papas”.  Estos “católicos por el capitalismo” creían su deber de fidelidad para con la Iglesia Católica el librar su combate con los “cristianos por el socialismo”, que campeaban en los años 60.  Y Pablo VI, según ellos, estaba mal posicionado ideológicamente para presentar ese combate: “enfermo, atormentado, elegía la dilación”.

Estos laicos franceses estiman que S.S. Juan Pablo II, no obstante estar ubicado en un punto del espectro ideológico más afín a ellos, no queda mejor parado.  Su carisma, su poderosa personalidad y su no alienación con aquel tercermundismo, dicen, “contiene y disimula una crisis mucho más grave de lo que suele advertir la opinión pública. La Iglesia, pontifican estos laicos, está al borde del abismo cismático.  Y tal grave división del catolicismo, dicen, está causada por la intromisión de los teólogos en las cuestiones económicas.  La inquietud de los católicos que tienen responsabilidades económicas es ver que “las autoridades cristianas promueven teorías que conducen a un auténtico sabotaje del desarrollo… obispos, sacerdotes y pastores regresan a una ideología que no sólo aplasta las libertades políticas y religiosas en todos los sitios en que accede al poder, sino que además se revela incompatible con la prosperidad”.  Zapatero a tu zapato, dicen; dejen a los economistas que hablen de economía.  No interfieran los teólogos.  Las leyes del desarrollo deben contar con los conocimientos de la ciencia económica. El progreso económico y social depende del orden político y del orden económico, pero, añaden, depende también de un “orden cultural, ético y espiritual”.  Olvidando su amonestación contra los teólogos de no invadir terreno ajeno, estos diletantes cristianos, munidos de una teología silvestre e inculta, se animan a decir que ha llegado la hora de formular una “teología del progreso”. Enmiendan la plana de la Doctrina Social de la Iglesia y del propio Juan Pablo II. Este había escrito una encíclica, Sollicitudo rei socialis (Preocupación por los problemas sociales).  Los autores proponen superar esa crisis eclesial y social asumiendo las exigencias de una “Sabiduría en materia económica”.  Los cristianos, dicen, no pueden sino aprobar la “opción preferencial por los pobres”; pero el desconocimiento de las realidades económicas se convierte en una “opción por la pobreza”… y eso afecta a los propios pobres y a la Iglesia.  La falsedad de ésta bien intencionada posición, la expuso contundentemente el teólogo de la moral católica, Marciano Vidal en su libro: ¿Podemos bautizar el capitalismo?  Siguiendo a Juan Pablo II indica que hay que valorar el mercado y el estado, y poner a ambos al servicio del hombre y del bien común.  Por la cultura solidaria a la civilización del amor.


Pobreza, aldea global y ética mundial

-Opción por los pobres, eficiencia económica y solidaridad

En el umbral del tercer milenio cristiano, una de las cuestiones cruciales para la aldea global en la que vivimos, es cómo administrar los recursos escasos de un modo justo. Se pide encontrar un modelo económicamente eficiente, políticamente justo y éticamente satisfactorio. Toda sociedad debió y debe buscar y encontrar siempre de nuevo el sutil y difícil equilibrio entre las exigencias de las utilidades económicas, los imperativos políticos del bien común y, fundamentando economía y política, atender a la ética del bien en sí mismo.  Hay un entretejido de las leyes del mercado, las leyes del estado y las leyes morales.  Si la sociedad, además, pretende vivir la inspiración del Evangelio ha de sortear tras ese ideal religioso del amor, al prójimo y de la solidaridad, las exigencias de la eficiencia económica y de la justicia política.  Esta es la acusación que hacen los católicos por el capitalismo: el enmascarar tras la opción preferencial por los pobres la anticapitalista opción por la pobreza.  Tal es la imputación que hace Armando P. Ribas, una, de las plumas liberales más lúcidas y combativas en la cruzada procapitalista, hecha desde la República Argentina. Ribas acomete, contra la teoría económica y socio-política de los demoníacos ganadores capitalistas y los angelicales perdedores socialistas; existen aquellos porque existen estos. El capitalismo representaría el egoísmo y los viciosos intereses privados; el socialismo sería el adalid del- altruismo y de los virtuosos intereses públicos. Adam Smith, padre de la economía de mercado, enseña que “la beneficencia es siempre libre, no puede ser exigida por la fuerza”.  De allí Ribas contradice la afirmación anticapitalista de que “el bienestar dependería de la solidaridad o de la benevolencia,… esto tiene un elevado costo”.  Es lo que Ribas llama la hipocresía de la solidaridad.

Ratificando y matizando la crítica de S.S. Pablo VI al capitalismo, S.S. Juan Pablo II insiste en poner límites a la lógica imperialista del mercado: “hay bienes que, por su naturaleza, no se pueden ni se deben vender o comprar”.  La opción preferencial por los pobres, dice, reclama una cultura de la igualdad, la participación y la solidaridad.

(1) Eclesiastés, 1, 15 -versión de los setenta-.     

Lalo Ruiz Pesce

** Este articulo fue publicado originalmente  en la Sección Vida Buena del Diario de Yerba Buena.